Comptine d'une autre été
Era una mujer pequeña, de rostro anodino, ni guapa ni fea,
ni vieja ni joven. Vivía sola en una casa diminuta de un barrio solitario. Cada
mañana se levantaba y acudía puntual al trabajo. Cuando regresaba cerraba la
puerta tras de sí, aliviada, y dejaba caer la mirada en el rincón donde se
apolillaba un viejo piano, herencia de quién sabe qué antepasado. Se acercaba y
deslizaba los dedos sobre las teclas de un extremo al otro en un torpe y tímido
glissando. Y durante los escasos segundos que el sonido flotaba en el aire su
cara era bonita, su cuerpo flexible y parecía que unas alas le quisieran nacer
de la espalda.
Un día se sentó en el taburete y pulsó varias notas al azar.
En otra ocasión se atrevió a tocar una escala completa. Compró varios manuales
que se aprendió de memoria. Luego algunas partituras.
Cuando por la tarde regresaba, siempre un minuto antes, se
desnudaba, se soltaba el pelo y dejaba que sus dedos acariciasen las teclas. Se
envolvía en las notas cálidas que llenaban la habitación mientras sus alas iban
creciendo.
Era una mujer pequeña, de rostro anodino, ni guapa ni fea,
ni vieja ni joven, que se fue una tarde de verano. Así es como la describen los
pocos que la recuerdan.
Sara Nieto Yuste (Sara NY) - Palabras preci(o)sas
Qué bonito, me recuerda a mi abuela, que volaba ella y un poco volábamos todos
ResponderEliminarPreciosa historia de una mujer ni joven ni vieja, ni guapa ni fea, que voló gracias a la música de un viejo piano.
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