La abuela vive
en el ático de un edificio alto y viejo. El portero es un anciano simpático,
ataviado con un traje de húsar y una chistera roja en la cabeza.
Cuando voy a
visitarla no puedo pararme en ningún piso. “Directo al ático”, dice siempre la
abuela. Yo le hago caso, pero algunos días el ascensor se detiene y abre sus
puertas. Hoy se ha parado tres veces. En el primer piso sentí el azuzar
de un látigo sobre la moqueta gastada, luego apareció un león decrépito
que recorría inquieto el pasillo. En el segundo era de noche y un conejo blanco
cojeaba, perseguido por un redoble de tambores; el mago permanecía inmóvil
sobre su silla de ruedas. En el tercer piso los payasos, cercados
por una pléyade de viejas equilibristas, lloraban.
El ático tiene
una terraza y sobre las cuerdas de tender se bambolea una carpa de
colores. La abuela me hace palomitas y siempre me explica historias de cuando
ella era trapecista -“la más famosa”, me repite como si mañana partiera de gira
hacia las capitales más importantes del mundo-. Yo le digo: "cuéntame,
abuela", y ella se pone su maillot blanco. Luego se aprieta el moño,
entalca sus manos y vuela sobre las azoteas.
Pués eso, que me encanta Xavier.
ResponderEliminarun besazo